On Parole

Bienvenidos al mundo de una cuerda loca :)

viernes, 29 de abril de 2016

Una joven fantasmal

Brenda era una joven hermosa, tenía los ojos como el hielo y el pelo como el fuego. Era alegre, siempre reía y tenía palabras amables para todo el mundo.
La chica vivía en una cabañita de madera con su abuela, una adorable anciana a la que todos querían y que se ocupó de ella cuando sus padres murieron en un terrible accidente siendo una niña.
Brenda estaba prometida con un joven llamado Martín, que vivía por y para ella. Martín era un poco más alto que Brenda y, a pesar de trabajar en el campo, su piel era blanca, fina y delicada. ¡Eran tan felices!
Un día lluvioso de comienzos de primavera, poco antes de la celebración de la Fiesta de las Flores, las mujeres estaban engalanando el pabellón en el que se celebraría el banquete cuando Brenda abrió la puerta. En aquella ocasión Brenda no reía, ni parecía feliz…estaba empapada, con el terror dibujado en el rostro y sangre brotando por todo el cuerpo…
Las mujeres corrieron en su ayuda, pero era demasiado tarde. Breda cayó al suelo y ya no se levantó más. Asustadas, las mujeres fueron a buscar a sus maridos para que buscaran una explicación a la cruel muerte de la chica, pero según iban a la casa del alcalde, se encontraron con Martín en un estado de embriaguez total, con los ojos fuera de las órbitas y empapado en sangre. Todas las pruebas indicaban que Martín había tenido algo que ver con la muerte de Brenda.
Alertados por los gritos de las mujeres, los hombres acudieron a ver lo que había sucedido, y cuando lograron enterarse, llevaron a Martín a la casa del alcalde, que hacía las funciones de comisaría. Pasaron toda la noche intentando sonsacarle algo, pero Martín no era capaz de decir nada coherente, solo hablaba de oscuras sombras, de seres venidos del más allá que se habían llevado a su querida Brenda.
Todos tomaron al joven por loco y fue condenado a morir, aunque él parecía ajeno a la sentencia. El joven se pasó toda la noche llorando, gritando y pidiendo ayuda a Dios.
Poco después del amanecer, ahorcaron a Martín, que parecía haber aceptado su destino, creyendo que con la muerte sería capaz de librarse del horror que había vivido aquella noche.
Después de colgar al asesino, fue el entierro de Brenda en un precioso acto que empañó las miradas de todo el mundo. Aquella primavera nadie celebró la Fiesta de las Flores.

El año pasó y la primavera llegó de nuevo, y aunque la gente no había superado del todo la muerte de la joven Brenda, decidieron celebrar la fiesta en su honor. Durante la cena intentaron mostrarse animados, que la conversación no decayese, pero la tensión estaba en el ambiente.
Cuando el reloj de la iglesia dio las doce, la puerta se abrió bruscamente, pero no había nadie. Extrañado, el alcalde se levantó para cerrarla, pero apenas se dio la vuelta, volvió a abrirse. En aquella ocasión todos se quedaron en silencio, pues en el umbral estaba Brenda, blanca como el día en el que murió, inexpresiva como nunca lo había estado.
La muchacha caminó por entre las mesas, silenciosa, sin mirar a nadie, sin decir nada, bajo la atemorizada mirada de todo el pueblo, que se había quedado petrificado. Después de recorrer la sala, Brenda desapareció por la puerta, que se cerró silenciosamente tras ella.

Desde aquel día, siempre que se celebra la Fiesta de la Primavera, Brenda aparece para recordar a los vivos que nunca se descubrió la verdad sobre su muerte.

MK!


sábado, 23 de abril de 2016

PIES AMPUTADOS

Pies amputados
El miércoles 20 de marzo, el inspector de policía Roque Fernández recibe una llamada, son las nueve de la mañana y el café sigue caliente encima de su mesa. Roque Fernández lee el periódico sin muchas ganas, pero de pronto una llamada le activa, perezosamente se estira para descolgar el teléfono.
—Inspector Fernández, ¿en qué puedo ayudarle? —Dice sin muchas ganas.
—Por favor, necesito ayuda —dice, nerviosa, una voz al otro lado del teléfono— acabo de encontrar un cuerpo humano —la voz pertenece a una mujer—. Bueno, no es exactamente un cuerpo…es solo una parte de un cuerpo…Estoy en el Parque Central, junto a la fuente.
—Enseguida vamos, no se mueva.
El inspector Fernández ya estaba completamente despierto, aquello parecía una pista para su caso. Cogió la chupa de cuero que había sobre la silla y salió corriendo hacia el Parque Central. Mientras montaba en el coche, llamaba a su compañero..
Cuando Roque Fernández llegó al parque, junto a la mujer ya se había reunido un grupo de curiosos que querían ver lo que estaba sucediendo. Un par de enfermeros trataban de calmar a la mujer que había llamado y que estaba en una especie de estado de shock. Gerardo Martín, su compañero, llegó poco después que él, el pelo revuelto y unas ojeras adornando su rostro. Aquel día ninguno de los dos hizo bromas sobre el estado del chico.
En la fuente, flotando, había un pie calzando una zapatilla negra. No había duda, aquello era culpa del asesino al que Roque y Gerardo llevaban buscando casi un año. Aquel hombre (o mujer, pues no sabían nada de él) solo dejaba pies derechos calzados con zapatillas negras, pero ni un solo cadáver.
Roque creyó que aquel pie le acercaría más a su asesino, pero los años pasaron y los pies mutilados siguieron apareciendo por toda la ciudad, sin llegar nunca a encontrar ni al culpable ni los cuerpos, hasta que un día, por fin, aparecieron.

Fue tras una fuerte tormenta en la que todos los cadáveres emergieron de la nada en medio de un lodazal…Algunos estaban en buen estado, como si acabasen de ser asesinados, mientras que de otros no quedaban más que los huesos, quizá los huesos de aquellos primeros asesinados…

MK!!

domingo, 17 de abril de 2016

Cuerpos de humo

CUERPOS DE HUMO
José y Roque eran dos hermanos. José tenía ocho años y Roque seis, por lo que raramente se quedaban solos en casa. Su casa era pequeña y estaba alejada del pueblo, por eso el día en el que, por necesidad, tuvieron que quedarse solos, no hubo nadie que pudiese dar testimonio de lo que allí ocurrió.
Aquel día, poco antes del amanecer, su padre, un recio campesino un poco corto de entendederas, se levantó para ir a trabajar, y ya no volvería hasta que los últimos rayos de sol tiñeran de sangre y oro el campo. Un poco más tarde su madre, una mujer que en otro tiempo pudo ser guapa, pero que ahora estaba destrozada por el sol y el trabajo, después de darles un beso a cada uno les dijo que no iba a poder estar en casa en todo el día, por lo que tenían que portarse bien.
Después de que su madre se fuera, ellos comenzaron a realizar sus tareas diarias. Después de comer, y en vista de que todavía hacía buen tiempo, sacaron dos mantas viejas a la puerta de casa y las colocaron bajo un pino que daba buena sombra.
Los dos hermanos pronto entraron en un sueño intranquilo, quizá debido al calor pegajoso que había, despertando poco después a causa de un fuerte ruido. Ambos abrieron los ojos, nerviosos, pues no reconocían el ruido que les había despertado. Medio dormidos todavía, se arrastraron por debajo de las ramas del pino y, lo que vieron, nunca se les borraría de la mente.
Ante la puerta de su casa había un hombre que parecía normal, quizá un poco bajito y ancho, pero no había nada raro en su aspecto. El hombre golpeaba la puerta de su casa, mientras que su compañero esperaba sentado en algo parecido a un coche, aunque por aquel entonces ellos no sabían lo que era, ya que no verían un automóvil hasta casi el final de sus vidas.
Los dos niños, en un primer momento, desconfiaron de ellos, pero poco a poco los dos hombres comenzaron a ganarse su respeto, y al final José abrió la puerta, permitiéndoles pasar.
El interior de la casa era fresco y los niños se apresuraron a coger agua de las jarras de barro y ofrecérsela a los dos viajeros, que rehusaron comer o beber nada. Tampoco se sentaron. Los dos hombres permanecieron toda la tarde de pie en la cocina, contándoles historias maravillosas de los supuestos países que habían visitado, convenciendo a los dos hermanos de que, en el futuro, ellos también podrían verlos.
El día iba llegando a su fin, y uno de los dos niños dijo que sus padres no tardarían en llegar. Ante este comentario los dos hombres se miraron y, de pronto, desaparecieron en una densa nube de humo junto con su extraño artefacto.
Cuando los padres de José y Roque regresaron, ellos les contaron la historia, pero estos, lejos de alarmarse, se lo tomaron como una broma que los dos niños habían ideado para pasar la tarde.

Pero esa visita no fue la única que José y Roque recibieron de los hombres de humo, como los habían llamado. Los años habían pasado y José y Roque habían olvidado ya aquella historia, pero poco antes de morir, cuando estaban a punto de dar su último suspiro, los dos hombres se acercaron a ellos, primero a José y luego a Roque y allí, les cerraron los ojos. 

MK!!

Muchas gracias a todos los que leéis el blog con cada actualización :DD

martes, 12 de abril de 2016

Danza Macabra

DANZA MACABRA

Hace mucho, mucho tiempo, antes de que el mundo fuera el mundo actual, había un hermoso rincón escondido entre las montañas. Era un pequeño valle siempre verde, incluso cuando el frío golpeaba el resto del mundo. En el valle había un hermoso lago alimentado por una catarata de cristal tras la que había una gran cueva habitada por unos hombres primitivos, hombres en el sentido amplio  de la palabra. Sus caras eran grotescas, como moldeadas en barro por unas manos inexpertas, los ojos hundidos, grandes y oscuros, pelo largo, enmarañado y negro como la noche. Estos hombres no cubrían sus cuerpos con pieles, porque no sabía lo que era el frío, y se comunicaban mediante gruñidos y señas, pero su inteligencia estaba bien desarrollada, pues conocían el mal.
Estos hombres no daban las gracias por las cosas buenas que les rodeaban, pero sentían miedo y sabían que eso no les gustaba. A nadie le gusta sentir miedo pero, en la actualidad al menos, tenemos una palabra para ello.
Cuando estos seres sentían miedo pensaban en hacerlo desaparecer y, para ello, llevaban a cabo unos extraños ritos que teñían de carmesí las límpidas aguas del lago. Cuando el miedo hacia acto de presencia, sobre todo cuando había tormenta, estos hombres, que no tienen ningún otro sentimiento, elegían a una mujer joven (sabemos que era una mujer porque no tenía barba y sus atributos eran distintos) y, entre cuatro de los hombres más fuertes de la tribu, la reducían, aunque nunca llegaban a atarla porque su inteligencia les había permitido percatarse de que algunas plantas, tomadas de cierta manera o mezcladas entre sí, funcionaban para calmar a las personas.
Tras tomar la droga la mujer caía en un profundo sueño del que raramente conseguía despertar. La muchacha era colocada en una tabla de madera en lo alto de un árbol, bajo el cual encendían una hoguera. Los demás integrantes de la tribu tomaban otra extraña droga que los transportaba a otros lugares y les hacía experimentar otros sentimientos distintos al terror.
En medio de su éxtasis comenzaban a danzar mientras emitían unos gritos tan desgarradores que eran oídos por todos los seres vivos del valle. Bailaban alrededor del fuego, con las rojas llamas brillando en sus pupilas y el sudor corriendo por su cuerpo. Mientras esto sucedía, la muchacha continuaba –con suerte- dormida, ajena a todo.

Cuando ya no podían bailar más, apagaban el fuego y bajaban a la chica, a la que colocaban sobre las cenizas y así, bloqueados por el miedo y embotados por los efectos de las plantas, comenzaban a devorar a la víctima en una suerte de sacrificio que tenía como finalidad el acabar con el miedo.

MK!

domingo, 10 de abril de 2016

EL MONJE JOROBADO

El monje jorobado
Junto a un bravío mar había una pequeña capilla, ahora casi en ruinas. Antaño, en la capilla se adoraba a un santo que había ayudado al pueblo en momento de necesidad y, en cambio, ahora solo se realizaban misas negras en honor del monje jorobado, un hombre ahora reconocido como el demonio.
Durante la guerra civil española un hombre buscó huir de su destino, dando con sus huesos en aquella capilla, en la que fingió convertirse al cristianismo.
Al lado de la capilla había un pequeño monasterio, en donde entró este hombre, y su actuación fue tan convincente que incluso llegó a convertirse en abad, a pesar de que no era demasiado querido por sus hermanos.
Muy pronto en torno al desconocido se fraguó una leyenda, una leyenda oscura, de muerte y desapariciones, de brujería y de ataques de locura. Estas leyendas cuentan que el monje, convertido en abad, solía solicitar la ayuda de los habitantes del pueblo para realizar pequeñas tareas, pero que muy pocos eran los que regresaban sanos y salvos a sus casas.
Estos pobres hombres, pescadores en su mayoría, acudían a la capilla pronto por la mañana y, cuando al anochecer sus mujeres les esperaban, nunca regresaban. Si había suerte, de ellos se encontraban un jirón de su chaqueta, un zapato o una gorra, pero nunca ningún cuerpo, ninguna pista que les dijese qué había pasado con esos hombres.
Las leyendas contaban que el monje jorobado salía tras los hombres cuando estos debían regresar a sus casas y que, con sus amigas las brujas, los secuestraban. Tras esto, el monje y las brujas iban a una de las muchas cuevas que había por los acantilados y allí realizaban sus ritos de magia negra, aquelarres en los que invocaban al macho cabrío.
El pobre pescador elegido, observaba estos ritos en un altar de piedra, esperando que llegase su hora, pero su agonía se prolongaba durante horas y horas, porque al monje y a sus seguidoras les divertía escuchar las súplicas de los pobres hombres atormentados.

Pero, a pesar de todo, el monje jorobado era un hombre como todos los demás, y un día le llegó su hora, aunque nadie pareció sentir pena por él. El día en el que hubo que enterrar su cuerpo maltrecho, lo hicieron en el cementerio del monasterio, pero un poco más alejado del resto de tumbas, como si pensasen que no merecía ser enterrado como correspondía a un hombre de su cargo.
Al principio el monje jorobado descansó tranquilo, pero una noche se levantó. Los monjes, que estaban cenando, vieron como la lluvia comenzaba a caer delicadamente al principio, en gran tromba después. Entre la espesa cortina de agua, la tumba del monje jorobado brillaba, un relámpago hizo que el tiempo se parase durante unos segundos y cuando todo siguió su curso, un espectro blanco se levantó de la tierra mojada y comenzó a caminar hacia el acantilado con el que limitaba el cementerio. Una vez al borde del precipicio, miró hacia atrás, hacia donde estaban sus hermanos, los miró durante unos segundos que parecieron eternos y después se dejó caer.
Desde aquel día, todas las noches el monje comenzó a levantarse de su tumba y se arrojaba al vacío.

Poco a poco todos los monjes fueron muriendo, y el jorobado comenzó a vagabundear por el pueblo, tratando de purgar todos los pecados cometidos, sin poder ir al cielo y sin poder descender a los infiernos, condenado a esperar el fin de los días en soledad.

MK!!


viernes, 26 de febrero de 2016

LOS MUERTOS QUE VUELVEN

LOS MUERTOS QUE VUELVEN
Entre unas montañas perdidas en un recóndito lugar de la Tierra, había un pequeño pueblo de gentes serias y taciturnas, oscuras y frías como el bosque les rodeaba.
A este pueblo llegué, de forma casual, un frío día de invierno. Ese año me había propuesto viajar por todo el mundo, conocer otros países, otras culturas y otras gentes. Buscaba una nueva experiencia vital, por eso vagaba sin rumbo fijo, andando de un lado a otro sin detenerme demasiado en ningún lugar.
Al pueblo, del cual no digo el nombre porque no quiera, sino porque no me acuerdo, llegué en un viejo autobús traqueteante. Monté porque era el primer autobús que salía de la ciudad en la que había estado durante un par de días, y me bajé en aquel pueblo cuando el autobusero escupió su nombre. El hombre, picado de viruela, trató de convencerme para que no bajase allí, su voz me sonaba aterrada y no sabía por qué. No tardé mucho en descubrirlo.
En cuanto me dijo los horarios de los autobuses que pasaban por aquel lugar, me bajé, notando el aire frío cortando mis mejillas. Mientras el autobús se alejaba, pude ver al conductor mirándome a través del espejo retrovisor.
El lugar en el que me encontraba era una carretera a las afueras del pueblo, por lo que todavía tuve que caminar cerca de diez minutos. Para cuando quise llegar ya quedaba muy poco para que la oscuridad fuera total, y la temperatura descendía a una velocidad vertiginosa. Me subí la cremallera de mi chaqueta hasta arriba, me calé el gorro hasta las cejas y me envolví con la bufanda, metiendo después las manos en los bolsillos para evitar congelarme.
Comencé a caminar por las calles del pueblo, pero no vi a nadie a quien preguntar por un sitio en el que poder dormir. Ya estaba pensando en regresar al bosque para buscar un lugar en el que poder acampar cuando vi a una niña de no más de doce años, piel blanca y el pelo negro recogido en dos trenzas que se balanceaban con cada paso que daba de forma graciosa.
Nada más verme, sonrió mortecinamente y salió corriendo. Después de dudarlo unos segundos, salí tras ella. Corrí por todo el pueblo tras ella hasta llegar a una pequeña casa un poco más alejada de las demás. De la chimenea de esta casa salía humo blanco; fue en ese momento en el que me di cuenta de que no había visto humo saliendo de ninguna otra casa. Estaba a punto de llamar a la puerta, cuando esta se abrió.
—¿Emma? —preguntó una señora anciana con el pelo blanco y los ojos entrecerrados.
—No…lo siento —respondí yo—. Mi nombre es Momo y me preguntaba si…
—¿Momo? ¿Eres amigo de Emma?
—Sí, Baba, es mi amigo —respondió la niña saliendo del interior de la casa. Yo me quedé mirándola pensativo, ¿por dónde había entrado a la casa?
—Encantada de conocerte, Momo, pero no son horas para estar fuera, pasa, pasa. —La mujer se apartó y me dejó pasar al interior de la casa. Apenas cerró la puerta, volvió a tomar la palabra. —¿Y qué te trae por el pueblo, Momo?
—Momo ha venido a pasar unos días por aquí —respondió Emma adelantándose a mí. Su voz era suave, pero carente de sentimientos. Baba sonreía mientras asentía.
El interior de la casa era bastante pintoresco, todo en perfecto orden, pero lo que me llamó la atención fue la gruesa capa de polvo que lo cubría todo, era una capa uniforme, como si nadie hubiese habitado en aquel lugar por largo tiempo.
Baba se sentó en un sillón de cuero gastado por el tiempo y yo en una silla frente a ella que crujió al sentarme. Mientras Baba me hablaba, Emma se dirigió a la cocina que había en la habitación contigua, yo intenté ir en su ayuda, pero Emma se negó.
En lo que la niña calentaba la cena, Baba me contaba historias de su juventud. Al principio me pareció entretenido, precisamente aquello formaba parte de mi plan de viaje, escuchar viejas historias, pero después de más de una hora, Emma empezó a preocuparme.
Baba parecía no darse cuenta de que yo estaba allí, por lo que procurando no hacer ruido, me puse en pie y fui a la cocina, pero allí no había ni rastro de Emma, y tampoco parecía que hubiese estado preparando la cena.
Extrañado, decidí dar una vuelta por la casa mientras llamaba a la niña, pero no aparecía por ningún lado.
—¿Pasa algo, Momo? —Preguntó Baba tras de mí, sorprendiéndome. Yo me giré para decirle que solo estaba buscando el baño, cuando vi algo que me espantó: la mujer, iluminada por la luz de la luna, pero no era la misma Baba que había estado hablando conmigo durante cerca de una hora, ahora solo era un esqueleto vestido con harapos que hablaba con la voz de la anciana.
Aquella visión solo duró unos segundos, los que tardó de apartarse de la ventana, momento en el que volvió a ser Baba, la adorable ancianita, la abuela de Emma.
—Momo, la cena ya está lista, ¿bajamos? —Yo asentí sin ser capaz de decir nada. En la pequeña cocina Emma estaba terminando de poner unos platos con sopa, pero el espanto de la visión que acababa de tener me impidió probar bocado.
Después de cenar Emma me llevó a mi cuarto, en donde me encerré, temeroso de no sé muy bien qué. Me metí en la cama sin quitarme la ropa, aunque no fui capaz de pegar ojo en toda la noche. En cuanto amaneció me puse en pie y miré el horario que el conductor me había dado la tarde antes, el primer autobús pasaba a las diez.
Todavía quedaban unas horas paras las diez, por lo que salí de mi habitación y esperé en el salón cerca de dos horas a Baba y Emma que, sin embargo, no aparecieron, por lo que garabateé una nota de despedida que dejé sobre la mesa antes de salir.
A pesar de que ya era de día, tampoco vi a nadie por las calles del pueblo, lo que me extrañó más que por la noche. Esperé al autobús en el mismo lugar en el que me había dejado la noche anterior y, al hacerlo, el conductor me miró extrañado, hacía mucho que nadie se montaba en aquella parada.
—¿No conoces la leyenda del pueblo? —me preguntó mientras pagaba mi billete. Yo respondí que no y el autobusero, que parecía tener ganas de hablar, me contó la leyenda que se contaba sobre el pueblo.
Fue así como me enteré de que en aquel lugar, siglos atrás, una bruja había lanzado una maldición según la cual, al morir, no podrían abandonar el pueblo, sino que se quedarían allí, viviendo para siempre, mostrándose solo en las noches de luna llena.

—Claro, que solo es una leyenda —dijo el autobusero al concluir su narración. Yo me reí nervioso y dije que sí, que solo era una leyenda, pero nunca he podido olvidar aquella calavera sin ojos que parecía mirarme fijamente.

domingo, 24 de enero de 2016

SOBRE MI II: ¿CÓMO ESCRIBO?

La semana pasada os hablé de los orígenes de mi afición a la escritura, y como os prometí, aquí lo continúo.

Hoy os quiero hablar de cómo y dónde escribo.

Cuando comencé a escribir lo hacía a mano. Tengo una carpeta llena de papeles que lo demuestra, lo que pasa es que con el paso del tiempo comencé a usar el ordenador, y ahora no puedo vivir sin él.
Es cierto que todavía uso el papel en algunas ocasiones, pero no suelen ser más que unas líneas o ideas sueltas, pero más que nada porque a mano escribo demasiado lento y se me suelen olvidar las cosas.

Si os soy sincera, he de decir que el ordenador comencé a usarlo sobre todo cuando comencé la Universidad, porque me lo llevaba siempre conmigo, y en clase era mucho más fácil abrir un documento de Word  que sacar un folio en blanco, porque sí, después de mi casa, el segundo sitio más productivo para mí es la Facultad, sobre todo en esas clases aburridas en las que solo piensas en lo mucho que queda para que sean las dos.
Muchas veces he pensado regresar al papel, pero nunca lo hago, y no será por falta de hojas (tengo miles de libretas que esperan ser rellenadas con algo).
Y hasta aquí la segunda entrada en el blog sobre mí, espero que os haya gustado y la semana que viene más.


Feliz semana,

MK!