On Parole

Bienvenidos al mundo de una cuerda loca :)

martes, 16 de marzo de 2010

Tuesdays gone

Bueno, he aquí mi primera entrada...No es nada más que una pequeña reflexión hecha de cualquier manera mientras escuchaba una vieja canción...
TUESDAYS GONE
Una vieja canción resuena en mis oídos, no sé lo que será. Probablemente sea algún grupo de los 80, a lo mejor más viejo, pero me da igual. La música me está relajando, me está haciendo caer en un agradable letargo. Es jazz. Y al oírlo me imagino que el viejo bar es un precioso salón… será mi salón. Todo rojo, con un whisky en la mano y sólo, sin nada. Un cigarro y mi viejo libro. Una cómoda silla… Puede ser que en un pasado esperara algo, pero ahora sólo espero seguir viviendo.
La canción se acaba, al igual que mi whisky, al igual que mi libro... Pero no me molesta, si no que me alegro. Ahora me levanto, pido ginebra, un R&R y un boli… Decido escribir mi propia historia, decido ser el personaje principal (y único) de mi vida.
El R&R se acaba y mi ginebra también, pero el boli está lleno y el papel blanco. Reincorporarse de nuevo… Blues, vodka y cambiar de mesa. Seguro que la luz natural me ayuda a concentrarme. Cuatro palabras han salido de mis (sentidos) manos, y ya se ha vuelto a terminar todo.
Otro blues, me gusta más. Otro vodka, esta vez negro, y otro cigarro. A este paso o muero de cáncer o de cirrosis, pero me da igual, porque de mis (sentidos) manos, sale todo lo que pienso, lo que siento, lo que veo… Ahora mismo morir sólo sería ver la vida desde otra perspectiva, la de la muerte.
Pop de los 90… no me gusta, pero ahí se queda. Oír esa aberración musical ayuda a canalizar mis sentimientos. En verdad, si le doy otro trago al Bourbon que esta sobre la mesa y otra calada al cigarrillo medio consumido en el cenicero, todo se hace más llevadero.
Punk… el Bourbon pasa a ser chupito de algo, el cigarro acaba consumiéndose en el cenicero, pero ni el boli tiene ya tanta tinta ni la hoja está tan en blanco…
Me cierran el bar (mi salón), debo irme a casa, aunque en mi estado no sé si llegaré.
Ducha, plato de sopa, taza de café, cama durante doce horas seguidas y, al despertar, sólo un poco de dolor de cabeza.
Pero al llegar la tarde, todo es otra vez igual. Café solo en la mesa más apartada del bar (salón), un cigarro degustado lentamente, un libro y la espera…
Cuando llega, llega. Entonces me muevo a la mesa que está al lado de la ventana, pido un blues, un martini doble, enciendo un cigarro que acabará muriendo en el cenicero sin haber sido probado y me olvido de todo lo demás.
Y así, día tras día, el número de cigarros aumenta, al igual que el número de hojas. Y la sucesión de cafés, whiskys, martinis y vodkas es proporcional al número de bolígrafos usados para escribir la más admirable historia… la historia de mi vida.


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