On Parole

Bienvenidos al mundo de una cuerda loca :)

miércoles, 27 de junio de 2012

Si miro a las nubes.

Si miro a las nubes, hacia el inmenso cuelo azul, puedo hacer tantas cosas….puedo viajar a tantos lugares, que me da miedo; miedo de perderme entre mi mundo de fantasía y no volver a encontrar la realidad aunque, ¿qué es la realidad?

La realidad puede ser uno de estos mundos ocultos tras las nubes, puede ser un beso dado bajo la lluvia o el sudor que recorre tu espalda tras un duro ejercicio.

Mirando a las nubes, tirada en la hierba, un refresco, gafas de sol y auriculares, intento desentrañar los misterios de esas bolas de algodón de azúcar porque, digan los que digan, las nubes son bolas de algodón de azúcar, dulces, inalcanzables como los sueños, como la realidad.

La realidad, las nubes, los sueños, cosas inalcanzables, pero que están ahí, que vemos, que sentimos.

Cuando tengáis tiempo, cinco minuto nada más, mirad a las nubes, ¿qué os dicen?

MK!

jueves, 14 de junio de 2012

La casa de los fantasmas.

Hace tiempo que vivo en esta casa, situada en un pueblo tranquilo, todo lo que yo necesito para mi delicada salud. Es una casa de una sola planta, sin sótano ni nada, tiene una gran cocida de madera, un gran salón decorado con muy buen gusto (por desgracia, no el mío), un pequeño baño y dos habitaciones pero, como vivo sola y no suelo recibir muchas visitas, una de ellas la he transformado en despacho. Cuando la compré pensé que había sido una ganga, me había salido muy barata, pero claro, yo no sabía lo que en ella había acontecido.

La casa era del siglo pasado y había pertenecido a una familia no muy rica, pero tampoco pobre, que se dedicaba a transportar ganado. La historia de la familia es muy macabra, pero no sólo la suya, si no la de todas las personas que habían habitado.

La casa está en medio del bosque, ignorando las historias de asesinatos que pueblan el lugar, según los pueblerinos, eran seres fantásticos y crueles los que los llevaban a cabo, según la policía, eran ataques de animales. El caso es que el lugar en el que la casa estaba situada había sido un antiguo cementerio de una tribu indígena que nadie sabía por qué había desaparecido.

Desde el principio el negocio de la familia iba bien, además de ayudar mucho al pueblo, ya que algunos de los clientes de la familia se quedaban durante varios días en el pueblo, y como no había sitio en la casa, se quedaban en la posada del pueblo.

Llegó un invierno muy frío que hacía casi imposible las comunicaciones con el resto del pueblo, pero aun así, Bededict, que así se llamaba el hombre, continuaba con su trabajo. Era el día de Navidad, la misa del Gallo, a la que ni Benedict ni su familia faltaban, pero ese día no acudieron, cosa que extrañó a todos, por lo que al acabar la misa fueron a su casa. Deby, una sirvienta de la casa, llamó a la puerta, pero nadie contestó, tampoco hizo falta usar la llave escondida en una maceta para abrirla, pues estaba abierta. Con mucho cuidado, Deby y algunos hombres entraron, lo que vieron les encogió a todos. El fuego estaba encendido y la mesa estaba puesta, pero la familia…

Según los informes policiales los cuatro miembros de la familia estaban muertos, aunque la causa no estaba muy clara, nadie fue capaz de decir cuál era la causa de la muerte. Estaban tirados en el suelo del salón con caras de horror, pero no había signos de golpes, ni de violencia…

Los habitantes del pueblo los enterraron y pusieron la casa en venta, pero nadie del pueblo quería vivir allí y los visitantes que a ella acudían notaban algo raro, pero cincuenta años después de la muerte de Benedict y su familia una pobre familia de agricultores buscaba una casa pequeña y barata, ellos compraron la casa y la reformaron.

Cuando llevaban algo menos de un mes comenzaron a oír ruidos, eran unos llantos lastimeros y unos golpes como los que hacen las cadenas cuando son golpeadas contra la pared. Ellos estaban muy asustados, pero no tenían dinero para irse de allí. Los vecinos no sabían cómo ayudarles, pero les convenía que la familia viviera allí. Aunque pagaban muy poco alquiler, era mejor que estuviera ocupada a que estuviera vacía y los niños acudieran allí a jugar. Pero un día la familia murió, murió de la misma forma que Benedict y su familia…Tras eso, otras cuatro familias, que llevaron a cabo las reformas de la casa hasta su estado actual. De esas cuatro familias, dos de ellas fueron asesinadas brutalmente, las otras dos, al enterarse de lo ocurrido, abandonaron la casa.

¿Por qué me he decidido a contar esto? Pues porque estoy empezando a oír ruidos, las cosas cambian de sitio y a veces me parece que no estoy sola…pero no me voy a ir de esta casa, es mía, mi casa. Espero ser más fuerte que ellos y espero no morir ni volverme loca, aunque para mis vecinos ya lo estoy…

MK!

jueves, 7 de junio de 2012

Cuadros, parte final

IV

Todo acabó como empezó, de golpe y sin previo aviso. Sara era como la brisa del verano, aparecía y se iba sin dejar a los demás ni un recuerdo.

Una noche alguien colocó una carta en el buzón de Juanillo diciendo que lo suyo no podía continuar, que había sido una locura, que ella era una mujer felizmente casada y no podía arriesgarse a perderlo todo por un romance con un pintor. A Juanillo lo que le molestó no fue la forma tan cobarde que tuvo de dejarle, ni sus palabras para hacerlo, si no que le llamase simple pintor, él, que se había esforzado por salir adelante solo, no como ella, que un buen día alguien la rescató de la nada en la que vivía y la elevó a las más altas esferas.

Lo que Juanillo no sabía era que, a partir de ese momento, su vida iba a cambiar, y a mejor. Se sumió en una gran depresión en la que creyó perder todo, pero en verdad ganó, y ganó mucho.

Artísticamente sus obras mejoraron tanto que ya no tenía tiempo para casi nada, teniendo que dejar las clases de dibujo que daba en un colegio y buscar un local más grande donde poder trabajar, ya que en casa no tenía espacio suficiente.

Con tanto trabajo dejó de pensar en Sara, aunque en ocasiones ella aparecía en las noticias y una punzada de dolor le atenazaba al corazón, pero cada vez era menos intensa hasta desaparecer, y una de las causas de que Sara no doliera era una muchacha de grandes ojos negros y pelo como la miel, una muchacha humilde que en ocasiones posaba para él. Ángela era el ángel que le había sacado de las tinieblas.

Ángela fue la mujer de Juanillo durante muchos años hasta que la vejez se la llevó, `pero él no sufrió, todos los años que pasaron juntos fueron los más felices de su vida…

martes, 5 de junio de 2012

Cuadros [Parte III]

III

Esos ojos…todavía les faltaba algo, quizá ese verde no pegaba con esa cara angelical, por lo que cogió el pincel y cambió el verde esmeralda por el azul cielo, ahora sí que quera una mirada intensa, real; ahora era la mirada que quería pintar. Cuando su obra estuvo terminada llamó a sus padres, que sonrieron ante el gran talento de su hijo.

-Juanillo, eres un genio, ¡qué rápido han desbancado tus cuadros a los míos! Todavía recuerdo la primera vez que cogiste mis pinceles…

Habían pasado dieciséis años desde aquel día en el que Sara había reaparecido con el niño en brazos. La casa había cambiado mucho, al igual que sus vidas. Juan dejó su trabajo en la construcción cuando le ofrecieron uno de restaurador y Sara volvió a cuidar de la vecina del segundo, que ya era muy mayor. Donde antes había una vieja radio, ahora había una televisión barata y Juan ya no pintaba en casa, si no en la tienda de pinturas del viejo moro, que murió cuando Juanillo tenía dos años y que les había dejado en herencia el local y el secreto de sus pinturas, pero ahora Juanillo había tomado el relevo a su padre.

Sara y Juan dieron todo lo que pudieron a su hijo, salvo un hermano pequeño con el que poder disfrutar, en cambio Juanillo tuvo un buen amigo, Pedro, que se mudó al bloque de al lado. A menudo discutían, pero esas discusiones se terminaban al cabo de cinco minutos y cuando Juanillo dibujaba los ojos de Ella.

Ella era una chica si nombre, sin voz, sólo era unos ojos azules como el mar, como el cielo…sabían que vivía en una pequeña cabaña a las afueras de la ciudad junto a su madre, que era ciega. Aunque Ella era mucho mayor que ellos, desde que la vieron por primera vez volviendo del colegio, se enamoraron y, por eso, todos los días la esperaban sentados en el mismo lugar, en unas viejas escaleras, imaginando mil formas de entablar conversación con ella.

Ella no era guapa, era poca cosa, una chica bajita y menudita, demasiado delgada para la ropa que usaba y su pelo rizado estaba sucio y enmarañado, sólo sus ojos habían enamorado a los chiquillos, sus grandes ojos azules.

Ninguno de los dos entendían porque vivía en los barrios marginales si, ellos pensaban, podría vivir con cualquier ricachón en una gran casa por eso Juanillo decidió que él sería una artista famoso, la enamoraría y vivirían juntos en una gran casa. Ante estas ocurrencias Pedro se reía y decía que, por mucho que lo intentase nunca sería un artista famoso y, mucho menos, lograría enamorarla.

Un día que Pedro no fue al colegio Juanillo cogió uno de los cuadros en los que ella aparecía y espero a que las campanas marcaran las cinco y media para verla pasar. Tembloroso Juanillo se acercó a Ella e intentó hablarla, pero fue imposible, no tenía valor para hacerlo y, con los ojos llenos de lágrimas rompió el cuadro y se fue corriendo a casa. Al llegar a casa vio a la madre de Pedro, que le dijo que porque no subía a su casa, que Pedro estaba deseando verle, pero Juanillo puso excusas, diciendo que él tampoco se encontraba bien y que iba a subir a casa a dormir un poco.

Juanillo entró en su casa y, por suerte, no había nadie, por lo que fue a su cuarto, cogió todos sus cuadros y sus pinturas y ñas bajó al contenedor que había a la puerta de su casa. Al entrar de nuevo vio a Pedro en la puerta.

-¿Qué te pasa tío? He visto como tirabas tu sueño a la basura. He, mírame.- Juanillo intentaba huir de su amigo evitando su mirada ya que no quería terminar contándole lo que le había pasado, ya que si algo caracterizaba a Pedro era su capacidad de lograr que Juanillo le contara todos sus problemas, aunque para eso necesitaran estar horas mirándose y sin hablar esperando que uno de los dos se cansara de esperar la respuesta o el otro decidiera darla.

-Vale tío, no me lo cuentes, yo me voy a mi casa que aquí hace frío y debería dormir un poco más pero, cuando te decidas a contármelo, no vengas.

Pedro ya se estaba dando la vuelta cuando Juanillo le llamó y le invitó a pasar a su casa, hizo dos chocolates calientes y le contó todo lo que había pasado.

-Pedro, es que no me entiendes, no es porque me haya acobardado al verla, estoy seguro de que a ti te hubiera pasado lo mismo, es por lo que he visto al verla de cerca, me he sentido como si mi cuadro y yo no fuéramos nada. Me he dado cuenta de que soy incapaz de dibujarla tal y como es, hermosa; soy incapaz de captar la luz de sus ojos. No merezco ser un artista si no soy capaz de captar la belleza de mi musa…

Pedro miraba a Juan como si fuera su psicólogo.

-¡Ay mi buen amigo! Creo que ya sé lo que te pasa, y he de decirte que me diagnóstico no es bueno…Estas enamorado de tu dama, tanto que ni aunque la dibujase Goya pensarías que es un buen retrato, y para curarte solo hay una solución, aunque claro, puede ser peor el remedio que la enfermedad.

Ambos se quedaron largo rato hablando sobre el remedio y, al final, llegaron a la conclusión de que era mejor arriesgarse por lo que quedaron para el día siguiente. Pedro regresó a su casa mientras Juanillo recuperaba del contenedor sus materiales esperando a que llegase el día siguiente.

Amaneció nublado, como casi todos los días, y con amenazas de lluvia, pero eso no impidió que Juanillo pintara un paisaje primaveral, algo en su interior le decía que todo iba a salir bien…

A las cinco bajó a buscar a Pedro, que estaba leyendo un comic mientras bebía cerveza aun sabiendo que su madre le reñiría después. Miró el cuadro de su amigo durante largo rato y le dio el visto bueno. Cinco minutos después estaban sentados en las escaleras esperándola. Pero nunca apareció…

Al final decidieron ir a su casa, Juanillo necesitaba saber dónde estaba, pero allí tampoco había nadie. Cuando desistieron regresaron a casa, caminando muy despacio, decepcionados y cansados además de empapados, ¿dónde estaba? Ambos se dejaron caer en el sofá de casa de Pedro intentando encontrar respuesta a todas sus preguntas.

Juanillo regresó a su casa, y se pasó llorando todo un mes, hasta que se conciencio que Ella ya no iba a volver a pasar por la calle bajo las escaleras.

Pasaron los años y Juanillo la olvidó, todavía guardaba algunos de sus cuadros, pero ya apenas recordaba su cara, solo en sueños, en algunas ocasiones, veía unos ojos azules que le resultaban familiares pero, al despertar no recordaba nada…

Juanillo se convirtió en un gran artista que realizaba exposiciones de vez en cuando, y en una de ellas la volvió a ver. Al principio no la reconoció, ¡había cambiado tanto! Pero los ojos…eran los ojos de sus sueños, los ojos de algunos de sus cuadros. Estaba ahí, contemplando un horrible paisaje primaveral que llevaba años intentando vender. Ella lo contemplaba con emoción y entonces él recordó porque odiaba tanto ese cuadro, era el cuadro que una vez, hace mucho tiempo, había intentado regalar a una chica…Cuando quiso acercarse a ella, ya había desaparecido, pero tiempo después volvió a verla, en otra exposición, y entonces sacó el valor para hablarla.

-Hola…-Fue solo un murmullo entre el ruido de la exposición, pero fue suficiente para sacarla una sonrisa y un papel con un número de teléfono, después volvió a desaparecer hasta que Juanillo tuvo el valor de llamarla.

Su voz era suave y melodiosa.

-¿Si?

Al oír su voz Juanillo quedó paralizado, tras años soñando con sus ojos y olvidándolos al despertar, la tenía al otro lado del teléfono y él sin saber que decir.

-¿Hay alguien?

-Si…esto…bueno…soy el pintor que el otro día le vendió un cuadro, un paisaje primaveral.

-¡Ah! ¡Usted, si!

Y ahí estaban los dos, no diciendo nada a la vez que decían todo.

-Me dio su teléfono y supuse que querría algo…

-SI, por supuesto, deseo hacerle un encargo.

Pasaron largo rato hablando sobre el encargo gasta que él le dio su dirección para que se pasara al día siguiente.

Ella llegó a la hora acordada llevando su larga melena en un cuidado moño. Juanillo la hizo pasar a su apartamento y le sirvió una taza de café, colgó su abrigo en una percha de la entrada y pudo deleitarse con el vestido negro palabra de honor que Ella llevaba.

-Buenas tardes.-dijo de forma natural.- Perdón por el retraso, pero es que me he perdido.

-No pasa nada, además, según mi reloj, ha sido usted muy puntual. Pase al estudio y hablemos sobre el cuadro.

Una vez en el estudio, una pequeña habitación con una mesa y un viejo ordenador, donde él se sintió mucho mejor. Entonces ella le tendió una foto suya treinta años más joven, justo de la edad que tenía cuando él se enamoró. Se quedó mirando al foto fijamente, sin ver que, a su lado, había un hombre de aspecto importante, sin escucharla, solo miraba la foto y pensaba que no podía ser Ella, que era demasiada casualidad.

-¿Me está escuchando?-Dijo de pronto con voz grave.

-Disculpe, es que me recuerda usted a alguien a quien conocí hace tiempo, ¿puede repetirlo?

Juanillo dejó la foto y escuchó, entonces se enteró de que el hombre de la foto era su benefactor, que la sacó de la pobreza y la convirtió en modelo, a pesar de que Juanillo la recordaba demasiado bajita para serlo, y por ese motivo quería regalarle un retrato de los dos. Estuvieron hablando sobre los detalles técnicos del cuadro y al final tuvo que preguntarla el nombre.

-Sara, Sara Cruz.

-Mi madre se llamaba así, me parece un nombre precioso.

Tras tanto años siendo Ella ahora tenía nombre, Sara. Cuando se fue llamó a Pedro, su amigo de la infancia y que ahora se había mudado por motivos de negocios. Le contó lo que había pasado, que por fin tenía nombre y que era el hombre más feliz del mundo, pero esa felicidad le duró poco...

Quizá fue que la buena suerte nunca estuvo de su lado, o quizá que él no estaba destinado al amor porque, a los dos días de que Sara estuviera en su estudio, salió en las noticias, se casaba con un importante economista norteamericano. La boda se celebraría dos días después de que ella tuviera que ir a recoger el cuadro, por lo que probablemente no la vería hasta ese momento.

Empezó por su rostro, rostro que estuvo largo rato contemplando pensando que no captaba toda su luz y que probablemente no le gustaría, pero cuando fue a recogerlo, le llenó de halagos, diciendo que la había idealizado bastante, le pagó una suma generosa de dinero y se fue, quedando solo él y sus cuadros.

lunes, 4 de junio de 2012

Cuadros [Parte II]

21 de Agosto, algún lugar.

Mi querido Juan:

Eres el hombre al que he amado como a ninguno y al que abandoné…Ahora que ha pasado un año creo que te debo una explicación de porqué me fui. Si te soy sincera, no sé muy bien porque, quizá por lo incomprendida que me sentía en ocasiones a tu lado, quizá por lo ocurrido tras la muerte de tu madre…Pasaron tantas cosas en tan poco tiempo que no pude aguantar más y decidí que lo mejor era irme, pro antes te dejé algo que debería haberte puesto sobre la pista de mi nuevo hogar pero, tras tanto tiempo esperando, supongo que no entendiste.

Recurro a ti como última opción, porque no tengo más lugar al que ir que nuestra casa, a la que renuncié cuando me fui. Gran paradoja que mi casa sea el último lugar al que recurro ahora que estoy sola…bueno, sola no, tengo a alguien a quien espero que acojas también en tu casa, aunque solo sea temporalmente.

Que sepas que el cartero ha subido a darte la carta en mano porque estoy en el portal, esperando una respuesta.

Siempre tuya:

SARA.

Juan no cabía en si de gozo pero, ¿con quien estaba Sara? Lo mejor sería bar y comprobarlo. Sara estaba de espaldas, como siempre. Juan intentó pronunciar su nombre pero no le salió la voz, por lo que se acercó silenciosamente hasta rozarla el hombro, ella se sobresaltó y se dio la vuelta. Ambos se quedaron largo rato mirándose, Juan miraba a Sara de arriba abajo y se detenía en el bulto de sus brazos, Sara miraba a Juan deteniéndose en sus ojos. De pronto, un rayo de sol travieso hizo que el bulto se moviese y Sara dejará de mirar a Juan para centrarse en él, en hacer que dejara de llorar.

-Es… ¿mi hijo?-se atrevió a preguntar Juan al fin.

Sara asintió con los ojos llorosos y Juan cogió al niño, no tenía el año, por lo que cuando Sara se fue se acababa de enterar que estaba embarazada, y lo miró con toda la ternura con la que se puede mirar a alguien.

Al acercarse más a Sara pudo ver que estaba mucho más delgada que cuando se fue, cosa rara pues, sin ser obesa, siempre había tenido buenas curvas, la luz de sus ojos también había desaparecido.

-¿Cómo se llama?

-No tiene nombre todavía,-dijo Sara avergonzada.- no uno elegido por los dos.

-¿Y el registre? Algún nombre tuviste que darle.

-Juan, como tú, aunque sé que no te gusta.

Juan se echó a reír, era cierto que nunca hubiera puesto a su hijo su nombre, pero el mal ya estaba hecho.

Sobre su risa empezaron a oírse los quejidos de Juan, al que desde ese momento Sara y Juan llamaron Juanillo. Subieron a casa.

Estaba muy desordenada pies, tras un año solo, Juan había ocupado casi todas las estancias para guardar los cuadros, habiendo llevado la cama de su madre al salón, donde pasaba todo el día pintando. En dos minutos Sara hizo de la casa un lugar más habitable.

Tras comer, Juanillo se quedó dormido y, con mucho cuidado para que no se cayera, le llevaron a la cama , de donde no se movió hasta que el sol desapareció.

Juan y Sara, tras volver a acostar a Juanillo, se pasaron casi toda la noche hablando de lo que pasaría a partir de ese momento. En ocasiones Juan hablaba y Sara escuchaba, o viceversa, o no hablaban ninguno de los dos y simplemente se miraban, o Sara lloraba y Juan le abrazaba. Esa noche se echaron en cara muchas cosas, se perdonaron muchas otras y propusieron cambiar.

Cuando amaneció, lo único que habían sacado en claro era que iban a volver a intentarlo, por Juanillo, por lo que un día fueron.

MK!


[Continuará]

sábado, 2 de junio de 2012

Cuadros [Parte I]

I

Juan masticaba la vida poco a poco y la digería lentamente. No se preocupaba por nada ni por nadie, a la vez que se interesaba por todo y por todos.

Vivía su vida tranquilamente en su pequeño piso en la buhardilla de un edificio gris y maloliente en una fría jungla de asfalto y gente. Él prefería vivir en una pequeña cabaña de madera en la montaña, pero no ganaba tanto como para permitírselo.

Juan soñaba con las nubes, el mar, la montaña…no con el dinero y la fama. Siempre decía que un poco de dinero más no le vendría mal, pero tampoco buscaba bañarse en él, sólo quería lo necesario para vestirse y comer él, su mujer Sara y su anciana madre y, si le sobraba, para pinturas, porque Juan era pintor aficionado en sus ratos libres, cuando cogía su caballete, sus pinturas y se iba a algún lugar donde se respirase vida, donde solo hubiera paz y tranquilidad, verde, azul, amarillo y marrón, bosquecillos perdidos, cataratas ocultas, tumbas olvidadas…

Sus pinturas eran fotos de lugares inmortales, lugares que no cambiaban con el paso del tiempo, lugares que, al pasar las estaciones, sólo estaban más o menos verdes, con más o menos agua…No eran grandes obras maestras, nunca sería un pintor de renombre, y eso le entristecía mucho, sólo lograba vender alguno de sus cuadros en el rastro los domingos…

Sara no era del todo feliz, y eso entristecía a Juan, que le daba todo lo que tenía, sin ser suficiente. Cuando Sara conoció a Juan este era un muchacho apuesto de 17 años que se iba a comer el mundo, pero sólo sus planes de futuro hicieron que se enamorara, sino sus brillantes ojos verdes, su suave pelo negro y su gran corazón. Porque aunque fuera un artista sin grandes miras, siempre ayudaba a los que comenzaban. Más de una vez Sara había pensado en abandonarle, pero no tenía el valor suficiente, además, él parecía tener un sexto sentido para oler cuando Sara estaba peor y hacer algo para intentar animarla. A veces la pintaba mientras dormía, otras mientras cocinaba, otras mientras se peinaba…otras veces pintaba su casa por la noche, cuando un tímido rayo de luna iluminaba el viejo sofá, ocasionalmente pintaba un lugar simbólico para ellos y esos cuadros hacían que las cosas malas se tornaran en buenas.

Juan sabía que a sus cuadros les faltaban luz, que su pincelada no era suave y que a los paisajes les faltaba profundidad, pero también sabía que había algo que les hacía especiales, que les daba vida…a lo mejor eran los colores, pinturas compradas a un viejo moro que vivía en una casa de ladrillo cerca de la suya. Era un hombre tan viejo que Juan no imaginaba la calle sin la casa del moro, abarrotada siempre de pinturas condenadas a secarse entre estanterías llenas de polvo.

La vida de Juan y Sara cambió cuando la madre de Juan murió. Era una agradable anciana que siempre había apoyado a su hijo, Ana, como se llamaba, murió como vivió, en silencio y por la noche. Cuando Sara fue a su habitación a ver porque Ana no se había levantado, descubrió que la buena mujer ya no estaba entre los vivos.

Para Juan la muerte de su madre fue un golpe muy duro ya que antes de la llegada de Sara ella había sido su único apoyo. Durante más de un año Juan estuvo deprimido, no pintaba nada y se pasaba el día trabajando o paseando en soledad, hasta el morillo se preocupó por él.

Una noche Juan llegó a casa borracho perdido, pero al llegar a casa la borrachera se le pasó por completo, la cama estaba vacía y, sobre ella, un biberón. Se pasó toda la noche pensando en el significado de ese biberón y, a la mañana siguiente, comenzó a buscar a Sara, sin encontrarla.

Como guiado por un instinto perdido volvió a comprar pinturas y volvió a pintar, pero Sara no regresó a casa y nunca tuvo explicaciones de porque se fue.

Día a día Juan estaba más deprimido, lo que antes era una casa pequeña, ahora se le quedaba grande, donde antes había que hacer malabares para pasar, ahora entraban cuatro personas…Al vivir él solo sus ahorros había crecido, ya podía comprar el coche, pero algo se lo impedía, él quería comprar el coche, lo necesitaba, pero estaba seguro de que si gastaba ese dinero en un coche, lo necesitaría, por lo que nunca se le compró.

Un buen día estaba pintando el parque de enfrente de su casa cuando alguien llamó a la puerta. Con los pinceles en las manos llenas de pintura fue a abrir, era el cartero y había subido su carta en vez de dejarla en el buzón, no lo hacía muy a menudo por lo que, tras darle algo de propina y lavarse un poco, la abrió. No tenía remite pero la letra era, indudablemente, la de Sara. Ya había pasado un año desde que se fuera y todavía le recordaba.

Tardó un buen rato en atreverse a desdoblarla del todo y, cuando por fin se atrevió, se quedó un rato mirándola, absorbiendo su olor, para luego leerla:


(Continuará)