On Parole

Bienvenidos al mundo de una cuerda loca :)

sábado, 2 de junio de 2012

Cuadros [Parte I]

I

Juan masticaba la vida poco a poco y la digería lentamente. No se preocupaba por nada ni por nadie, a la vez que se interesaba por todo y por todos.

Vivía su vida tranquilamente en su pequeño piso en la buhardilla de un edificio gris y maloliente en una fría jungla de asfalto y gente. Él prefería vivir en una pequeña cabaña de madera en la montaña, pero no ganaba tanto como para permitírselo.

Juan soñaba con las nubes, el mar, la montaña…no con el dinero y la fama. Siempre decía que un poco de dinero más no le vendría mal, pero tampoco buscaba bañarse en él, sólo quería lo necesario para vestirse y comer él, su mujer Sara y su anciana madre y, si le sobraba, para pinturas, porque Juan era pintor aficionado en sus ratos libres, cuando cogía su caballete, sus pinturas y se iba a algún lugar donde se respirase vida, donde solo hubiera paz y tranquilidad, verde, azul, amarillo y marrón, bosquecillos perdidos, cataratas ocultas, tumbas olvidadas…

Sus pinturas eran fotos de lugares inmortales, lugares que no cambiaban con el paso del tiempo, lugares que, al pasar las estaciones, sólo estaban más o menos verdes, con más o menos agua…No eran grandes obras maestras, nunca sería un pintor de renombre, y eso le entristecía mucho, sólo lograba vender alguno de sus cuadros en el rastro los domingos…

Sara no era del todo feliz, y eso entristecía a Juan, que le daba todo lo que tenía, sin ser suficiente. Cuando Sara conoció a Juan este era un muchacho apuesto de 17 años que se iba a comer el mundo, pero sólo sus planes de futuro hicieron que se enamorara, sino sus brillantes ojos verdes, su suave pelo negro y su gran corazón. Porque aunque fuera un artista sin grandes miras, siempre ayudaba a los que comenzaban. Más de una vez Sara había pensado en abandonarle, pero no tenía el valor suficiente, además, él parecía tener un sexto sentido para oler cuando Sara estaba peor y hacer algo para intentar animarla. A veces la pintaba mientras dormía, otras mientras cocinaba, otras mientras se peinaba…otras veces pintaba su casa por la noche, cuando un tímido rayo de luna iluminaba el viejo sofá, ocasionalmente pintaba un lugar simbólico para ellos y esos cuadros hacían que las cosas malas se tornaran en buenas.

Juan sabía que a sus cuadros les faltaban luz, que su pincelada no era suave y que a los paisajes les faltaba profundidad, pero también sabía que había algo que les hacía especiales, que les daba vida…a lo mejor eran los colores, pinturas compradas a un viejo moro que vivía en una casa de ladrillo cerca de la suya. Era un hombre tan viejo que Juan no imaginaba la calle sin la casa del moro, abarrotada siempre de pinturas condenadas a secarse entre estanterías llenas de polvo.

La vida de Juan y Sara cambió cuando la madre de Juan murió. Era una agradable anciana que siempre había apoyado a su hijo, Ana, como se llamaba, murió como vivió, en silencio y por la noche. Cuando Sara fue a su habitación a ver porque Ana no se había levantado, descubrió que la buena mujer ya no estaba entre los vivos.

Para Juan la muerte de su madre fue un golpe muy duro ya que antes de la llegada de Sara ella había sido su único apoyo. Durante más de un año Juan estuvo deprimido, no pintaba nada y se pasaba el día trabajando o paseando en soledad, hasta el morillo se preocupó por él.

Una noche Juan llegó a casa borracho perdido, pero al llegar a casa la borrachera se le pasó por completo, la cama estaba vacía y, sobre ella, un biberón. Se pasó toda la noche pensando en el significado de ese biberón y, a la mañana siguiente, comenzó a buscar a Sara, sin encontrarla.

Como guiado por un instinto perdido volvió a comprar pinturas y volvió a pintar, pero Sara no regresó a casa y nunca tuvo explicaciones de porque se fue.

Día a día Juan estaba más deprimido, lo que antes era una casa pequeña, ahora se le quedaba grande, donde antes había que hacer malabares para pasar, ahora entraban cuatro personas…Al vivir él solo sus ahorros había crecido, ya podía comprar el coche, pero algo se lo impedía, él quería comprar el coche, lo necesitaba, pero estaba seguro de que si gastaba ese dinero en un coche, lo necesitaría, por lo que nunca se le compró.

Un buen día estaba pintando el parque de enfrente de su casa cuando alguien llamó a la puerta. Con los pinceles en las manos llenas de pintura fue a abrir, era el cartero y había subido su carta en vez de dejarla en el buzón, no lo hacía muy a menudo por lo que, tras darle algo de propina y lavarse un poco, la abrió. No tenía remite pero la letra era, indudablemente, la de Sara. Ya había pasado un año desde que se fuera y todavía le recordaba.

Tardó un buen rato en atreverse a desdoblarla del todo y, cuando por fin se atrevió, se quedó un rato mirándola, absorbiendo su olor, para luego leerla:


(Continuará)

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