On Parole

Bienvenidos al mundo de una cuerda loca :)

viernes, 29 de abril de 2016

Una joven fantasmal

Brenda era una joven hermosa, tenía los ojos como el hielo y el pelo como el fuego. Era alegre, siempre reía y tenía palabras amables para todo el mundo.
La chica vivía en una cabañita de madera con su abuela, una adorable anciana a la que todos querían y que se ocupó de ella cuando sus padres murieron en un terrible accidente siendo una niña.
Brenda estaba prometida con un joven llamado Martín, que vivía por y para ella. Martín era un poco más alto que Brenda y, a pesar de trabajar en el campo, su piel era blanca, fina y delicada. ¡Eran tan felices!
Un día lluvioso de comienzos de primavera, poco antes de la celebración de la Fiesta de las Flores, las mujeres estaban engalanando el pabellón en el que se celebraría el banquete cuando Brenda abrió la puerta. En aquella ocasión Brenda no reía, ni parecía feliz…estaba empapada, con el terror dibujado en el rostro y sangre brotando por todo el cuerpo…
Las mujeres corrieron en su ayuda, pero era demasiado tarde. Breda cayó al suelo y ya no se levantó más. Asustadas, las mujeres fueron a buscar a sus maridos para que buscaran una explicación a la cruel muerte de la chica, pero según iban a la casa del alcalde, se encontraron con Martín en un estado de embriaguez total, con los ojos fuera de las órbitas y empapado en sangre. Todas las pruebas indicaban que Martín había tenido algo que ver con la muerte de Brenda.
Alertados por los gritos de las mujeres, los hombres acudieron a ver lo que había sucedido, y cuando lograron enterarse, llevaron a Martín a la casa del alcalde, que hacía las funciones de comisaría. Pasaron toda la noche intentando sonsacarle algo, pero Martín no era capaz de decir nada coherente, solo hablaba de oscuras sombras, de seres venidos del más allá que se habían llevado a su querida Brenda.
Todos tomaron al joven por loco y fue condenado a morir, aunque él parecía ajeno a la sentencia. El joven se pasó toda la noche llorando, gritando y pidiendo ayuda a Dios.
Poco después del amanecer, ahorcaron a Martín, que parecía haber aceptado su destino, creyendo que con la muerte sería capaz de librarse del horror que había vivido aquella noche.
Después de colgar al asesino, fue el entierro de Brenda en un precioso acto que empañó las miradas de todo el mundo. Aquella primavera nadie celebró la Fiesta de las Flores.

El año pasó y la primavera llegó de nuevo, y aunque la gente no había superado del todo la muerte de la joven Brenda, decidieron celebrar la fiesta en su honor. Durante la cena intentaron mostrarse animados, que la conversación no decayese, pero la tensión estaba en el ambiente.
Cuando el reloj de la iglesia dio las doce, la puerta se abrió bruscamente, pero no había nadie. Extrañado, el alcalde se levantó para cerrarla, pero apenas se dio la vuelta, volvió a abrirse. En aquella ocasión todos se quedaron en silencio, pues en el umbral estaba Brenda, blanca como el día en el que murió, inexpresiva como nunca lo había estado.
La muchacha caminó por entre las mesas, silenciosa, sin mirar a nadie, sin decir nada, bajo la atemorizada mirada de todo el pueblo, que se había quedado petrificado. Después de recorrer la sala, Brenda desapareció por la puerta, que se cerró silenciosamente tras ella.

Desde aquel día, siempre que se celebra la Fiesta de la Primavera, Brenda aparece para recordar a los vivos que nunca se descubrió la verdad sobre su muerte.

MK!


sábado, 23 de abril de 2016

PIES AMPUTADOS

Pies amputados
El miércoles 20 de marzo, el inspector de policía Roque Fernández recibe una llamada, son las nueve de la mañana y el café sigue caliente encima de su mesa. Roque Fernández lee el periódico sin muchas ganas, pero de pronto una llamada le activa, perezosamente se estira para descolgar el teléfono.
—Inspector Fernández, ¿en qué puedo ayudarle? —Dice sin muchas ganas.
—Por favor, necesito ayuda —dice, nerviosa, una voz al otro lado del teléfono— acabo de encontrar un cuerpo humano —la voz pertenece a una mujer—. Bueno, no es exactamente un cuerpo…es solo una parte de un cuerpo…Estoy en el Parque Central, junto a la fuente.
—Enseguida vamos, no se mueva.
El inspector Fernández ya estaba completamente despierto, aquello parecía una pista para su caso. Cogió la chupa de cuero que había sobre la silla y salió corriendo hacia el Parque Central. Mientras montaba en el coche, llamaba a su compañero..
Cuando Roque Fernández llegó al parque, junto a la mujer ya se había reunido un grupo de curiosos que querían ver lo que estaba sucediendo. Un par de enfermeros trataban de calmar a la mujer que había llamado y que estaba en una especie de estado de shock. Gerardo Martín, su compañero, llegó poco después que él, el pelo revuelto y unas ojeras adornando su rostro. Aquel día ninguno de los dos hizo bromas sobre el estado del chico.
En la fuente, flotando, había un pie calzando una zapatilla negra. No había duda, aquello era culpa del asesino al que Roque y Gerardo llevaban buscando casi un año. Aquel hombre (o mujer, pues no sabían nada de él) solo dejaba pies derechos calzados con zapatillas negras, pero ni un solo cadáver.
Roque creyó que aquel pie le acercaría más a su asesino, pero los años pasaron y los pies mutilados siguieron apareciendo por toda la ciudad, sin llegar nunca a encontrar ni al culpable ni los cuerpos, hasta que un día, por fin, aparecieron.

Fue tras una fuerte tormenta en la que todos los cadáveres emergieron de la nada en medio de un lodazal…Algunos estaban en buen estado, como si acabasen de ser asesinados, mientras que de otros no quedaban más que los huesos, quizá los huesos de aquellos primeros asesinados…

MK!!

domingo, 17 de abril de 2016

Cuerpos de humo

CUERPOS DE HUMO
José y Roque eran dos hermanos. José tenía ocho años y Roque seis, por lo que raramente se quedaban solos en casa. Su casa era pequeña y estaba alejada del pueblo, por eso el día en el que, por necesidad, tuvieron que quedarse solos, no hubo nadie que pudiese dar testimonio de lo que allí ocurrió.
Aquel día, poco antes del amanecer, su padre, un recio campesino un poco corto de entendederas, se levantó para ir a trabajar, y ya no volvería hasta que los últimos rayos de sol tiñeran de sangre y oro el campo. Un poco más tarde su madre, una mujer que en otro tiempo pudo ser guapa, pero que ahora estaba destrozada por el sol y el trabajo, después de darles un beso a cada uno les dijo que no iba a poder estar en casa en todo el día, por lo que tenían que portarse bien.
Después de que su madre se fuera, ellos comenzaron a realizar sus tareas diarias. Después de comer, y en vista de que todavía hacía buen tiempo, sacaron dos mantas viejas a la puerta de casa y las colocaron bajo un pino que daba buena sombra.
Los dos hermanos pronto entraron en un sueño intranquilo, quizá debido al calor pegajoso que había, despertando poco después a causa de un fuerte ruido. Ambos abrieron los ojos, nerviosos, pues no reconocían el ruido que les había despertado. Medio dormidos todavía, se arrastraron por debajo de las ramas del pino y, lo que vieron, nunca se les borraría de la mente.
Ante la puerta de su casa había un hombre que parecía normal, quizá un poco bajito y ancho, pero no había nada raro en su aspecto. El hombre golpeaba la puerta de su casa, mientras que su compañero esperaba sentado en algo parecido a un coche, aunque por aquel entonces ellos no sabían lo que era, ya que no verían un automóvil hasta casi el final de sus vidas.
Los dos niños, en un primer momento, desconfiaron de ellos, pero poco a poco los dos hombres comenzaron a ganarse su respeto, y al final José abrió la puerta, permitiéndoles pasar.
El interior de la casa era fresco y los niños se apresuraron a coger agua de las jarras de barro y ofrecérsela a los dos viajeros, que rehusaron comer o beber nada. Tampoco se sentaron. Los dos hombres permanecieron toda la tarde de pie en la cocina, contándoles historias maravillosas de los supuestos países que habían visitado, convenciendo a los dos hermanos de que, en el futuro, ellos también podrían verlos.
El día iba llegando a su fin, y uno de los dos niños dijo que sus padres no tardarían en llegar. Ante este comentario los dos hombres se miraron y, de pronto, desaparecieron en una densa nube de humo junto con su extraño artefacto.
Cuando los padres de José y Roque regresaron, ellos les contaron la historia, pero estos, lejos de alarmarse, se lo tomaron como una broma que los dos niños habían ideado para pasar la tarde.

Pero esa visita no fue la única que José y Roque recibieron de los hombres de humo, como los habían llamado. Los años habían pasado y José y Roque habían olvidado ya aquella historia, pero poco antes de morir, cuando estaban a punto de dar su último suspiro, los dos hombres se acercaron a ellos, primero a José y luego a Roque y allí, les cerraron los ojos. 

MK!!

Muchas gracias a todos los que leéis el blog con cada actualización :DD

martes, 12 de abril de 2016

Danza Macabra

DANZA MACABRA

Hace mucho, mucho tiempo, antes de que el mundo fuera el mundo actual, había un hermoso rincón escondido entre las montañas. Era un pequeño valle siempre verde, incluso cuando el frío golpeaba el resto del mundo. En el valle había un hermoso lago alimentado por una catarata de cristal tras la que había una gran cueva habitada por unos hombres primitivos, hombres en el sentido amplio  de la palabra. Sus caras eran grotescas, como moldeadas en barro por unas manos inexpertas, los ojos hundidos, grandes y oscuros, pelo largo, enmarañado y negro como la noche. Estos hombres no cubrían sus cuerpos con pieles, porque no sabía lo que era el frío, y se comunicaban mediante gruñidos y señas, pero su inteligencia estaba bien desarrollada, pues conocían el mal.
Estos hombres no daban las gracias por las cosas buenas que les rodeaban, pero sentían miedo y sabían que eso no les gustaba. A nadie le gusta sentir miedo pero, en la actualidad al menos, tenemos una palabra para ello.
Cuando estos seres sentían miedo pensaban en hacerlo desaparecer y, para ello, llevaban a cabo unos extraños ritos que teñían de carmesí las límpidas aguas del lago. Cuando el miedo hacia acto de presencia, sobre todo cuando había tormenta, estos hombres, que no tienen ningún otro sentimiento, elegían a una mujer joven (sabemos que era una mujer porque no tenía barba y sus atributos eran distintos) y, entre cuatro de los hombres más fuertes de la tribu, la reducían, aunque nunca llegaban a atarla porque su inteligencia les había permitido percatarse de que algunas plantas, tomadas de cierta manera o mezcladas entre sí, funcionaban para calmar a las personas.
Tras tomar la droga la mujer caía en un profundo sueño del que raramente conseguía despertar. La muchacha era colocada en una tabla de madera en lo alto de un árbol, bajo el cual encendían una hoguera. Los demás integrantes de la tribu tomaban otra extraña droga que los transportaba a otros lugares y les hacía experimentar otros sentimientos distintos al terror.
En medio de su éxtasis comenzaban a danzar mientras emitían unos gritos tan desgarradores que eran oídos por todos los seres vivos del valle. Bailaban alrededor del fuego, con las rojas llamas brillando en sus pupilas y el sudor corriendo por su cuerpo. Mientras esto sucedía, la muchacha continuaba –con suerte- dormida, ajena a todo.

Cuando ya no podían bailar más, apagaban el fuego y bajaban a la chica, a la que colocaban sobre las cenizas y así, bloqueados por el miedo y embotados por los efectos de las plantas, comenzaban a devorar a la víctima en una suerte de sacrificio que tenía como finalidad el acabar con el miedo.

MK!

domingo, 10 de abril de 2016

EL MONJE JOROBADO

El monje jorobado
Junto a un bravío mar había una pequeña capilla, ahora casi en ruinas. Antaño, en la capilla se adoraba a un santo que había ayudado al pueblo en momento de necesidad y, en cambio, ahora solo se realizaban misas negras en honor del monje jorobado, un hombre ahora reconocido como el demonio.
Durante la guerra civil española un hombre buscó huir de su destino, dando con sus huesos en aquella capilla, en la que fingió convertirse al cristianismo.
Al lado de la capilla había un pequeño monasterio, en donde entró este hombre, y su actuación fue tan convincente que incluso llegó a convertirse en abad, a pesar de que no era demasiado querido por sus hermanos.
Muy pronto en torno al desconocido se fraguó una leyenda, una leyenda oscura, de muerte y desapariciones, de brujería y de ataques de locura. Estas leyendas cuentan que el monje, convertido en abad, solía solicitar la ayuda de los habitantes del pueblo para realizar pequeñas tareas, pero que muy pocos eran los que regresaban sanos y salvos a sus casas.
Estos pobres hombres, pescadores en su mayoría, acudían a la capilla pronto por la mañana y, cuando al anochecer sus mujeres les esperaban, nunca regresaban. Si había suerte, de ellos se encontraban un jirón de su chaqueta, un zapato o una gorra, pero nunca ningún cuerpo, ninguna pista que les dijese qué había pasado con esos hombres.
Las leyendas contaban que el monje jorobado salía tras los hombres cuando estos debían regresar a sus casas y que, con sus amigas las brujas, los secuestraban. Tras esto, el monje y las brujas iban a una de las muchas cuevas que había por los acantilados y allí realizaban sus ritos de magia negra, aquelarres en los que invocaban al macho cabrío.
El pobre pescador elegido, observaba estos ritos en un altar de piedra, esperando que llegase su hora, pero su agonía se prolongaba durante horas y horas, porque al monje y a sus seguidoras les divertía escuchar las súplicas de los pobres hombres atormentados.

Pero, a pesar de todo, el monje jorobado era un hombre como todos los demás, y un día le llegó su hora, aunque nadie pareció sentir pena por él. El día en el que hubo que enterrar su cuerpo maltrecho, lo hicieron en el cementerio del monasterio, pero un poco más alejado del resto de tumbas, como si pensasen que no merecía ser enterrado como correspondía a un hombre de su cargo.
Al principio el monje jorobado descansó tranquilo, pero una noche se levantó. Los monjes, que estaban cenando, vieron como la lluvia comenzaba a caer delicadamente al principio, en gran tromba después. Entre la espesa cortina de agua, la tumba del monje jorobado brillaba, un relámpago hizo que el tiempo se parase durante unos segundos y cuando todo siguió su curso, un espectro blanco se levantó de la tierra mojada y comenzó a caminar hacia el acantilado con el que limitaba el cementerio. Una vez al borde del precipicio, miró hacia atrás, hacia donde estaban sus hermanos, los miró durante unos segundos que parecieron eternos y después se dejó caer.
Desde aquel día, todas las noches el monje comenzó a levantarse de su tumba y se arrojaba al vacío.

Poco a poco todos los monjes fueron muriendo, y el jorobado comenzó a vagabundear por el pueblo, tratando de purgar todos los pecados cometidos, sin poder ir al cielo y sin poder descender a los infiernos, condenado a esperar el fin de los días en soledad.

MK!!


viernes, 26 de febrero de 2016

LOS MUERTOS QUE VUELVEN

LOS MUERTOS QUE VUELVEN
Entre unas montañas perdidas en un recóndito lugar de la Tierra, había un pequeño pueblo de gentes serias y taciturnas, oscuras y frías como el bosque les rodeaba.
A este pueblo llegué, de forma casual, un frío día de invierno. Ese año me había propuesto viajar por todo el mundo, conocer otros países, otras culturas y otras gentes. Buscaba una nueva experiencia vital, por eso vagaba sin rumbo fijo, andando de un lado a otro sin detenerme demasiado en ningún lugar.
Al pueblo, del cual no digo el nombre porque no quiera, sino porque no me acuerdo, llegué en un viejo autobús traqueteante. Monté porque era el primer autobús que salía de la ciudad en la que había estado durante un par de días, y me bajé en aquel pueblo cuando el autobusero escupió su nombre. El hombre, picado de viruela, trató de convencerme para que no bajase allí, su voz me sonaba aterrada y no sabía por qué. No tardé mucho en descubrirlo.
En cuanto me dijo los horarios de los autobuses que pasaban por aquel lugar, me bajé, notando el aire frío cortando mis mejillas. Mientras el autobús se alejaba, pude ver al conductor mirándome a través del espejo retrovisor.
El lugar en el que me encontraba era una carretera a las afueras del pueblo, por lo que todavía tuve que caminar cerca de diez minutos. Para cuando quise llegar ya quedaba muy poco para que la oscuridad fuera total, y la temperatura descendía a una velocidad vertiginosa. Me subí la cremallera de mi chaqueta hasta arriba, me calé el gorro hasta las cejas y me envolví con la bufanda, metiendo después las manos en los bolsillos para evitar congelarme.
Comencé a caminar por las calles del pueblo, pero no vi a nadie a quien preguntar por un sitio en el que poder dormir. Ya estaba pensando en regresar al bosque para buscar un lugar en el que poder acampar cuando vi a una niña de no más de doce años, piel blanca y el pelo negro recogido en dos trenzas que se balanceaban con cada paso que daba de forma graciosa.
Nada más verme, sonrió mortecinamente y salió corriendo. Después de dudarlo unos segundos, salí tras ella. Corrí por todo el pueblo tras ella hasta llegar a una pequeña casa un poco más alejada de las demás. De la chimenea de esta casa salía humo blanco; fue en ese momento en el que me di cuenta de que no había visto humo saliendo de ninguna otra casa. Estaba a punto de llamar a la puerta, cuando esta se abrió.
—¿Emma? —preguntó una señora anciana con el pelo blanco y los ojos entrecerrados.
—No…lo siento —respondí yo—. Mi nombre es Momo y me preguntaba si…
—¿Momo? ¿Eres amigo de Emma?
—Sí, Baba, es mi amigo —respondió la niña saliendo del interior de la casa. Yo me quedé mirándola pensativo, ¿por dónde había entrado a la casa?
—Encantada de conocerte, Momo, pero no son horas para estar fuera, pasa, pasa. —La mujer se apartó y me dejó pasar al interior de la casa. Apenas cerró la puerta, volvió a tomar la palabra. —¿Y qué te trae por el pueblo, Momo?
—Momo ha venido a pasar unos días por aquí —respondió Emma adelantándose a mí. Su voz era suave, pero carente de sentimientos. Baba sonreía mientras asentía.
El interior de la casa era bastante pintoresco, todo en perfecto orden, pero lo que me llamó la atención fue la gruesa capa de polvo que lo cubría todo, era una capa uniforme, como si nadie hubiese habitado en aquel lugar por largo tiempo.
Baba se sentó en un sillón de cuero gastado por el tiempo y yo en una silla frente a ella que crujió al sentarme. Mientras Baba me hablaba, Emma se dirigió a la cocina que había en la habitación contigua, yo intenté ir en su ayuda, pero Emma se negó.
En lo que la niña calentaba la cena, Baba me contaba historias de su juventud. Al principio me pareció entretenido, precisamente aquello formaba parte de mi plan de viaje, escuchar viejas historias, pero después de más de una hora, Emma empezó a preocuparme.
Baba parecía no darse cuenta de que yo estaba allí, por lo que procurando no hacer ruido, me puse en pie y fui a la cocina, pero allí no había ni rastro de Emma, y tampoco parecía que hubiese estado preparando la cena.
Extrañado, decidí dar una vuelta por la casa mientras llamaba a la niña, pero no aparecía por ningún lado.
—¿Pasa algo, Momo? —Preguntó Baba tras de mí, sorprendiéndome. Yo me giré para decirle que solo estaba buscando el baño, cuando vi algo que me espantó: la mujer, iluminada por la luz de la luna, pero no era la misma Baba que había estado hablando conmigo durante cerca de una hora, ahora solo era un esqueleto vestido con harapos que hablaba con la voz de la anciana.
Aquella visión solo duró unos segundos, los que tardó de apartarse de la ventana, momento en el que volvió a ser Baba, la adorable ancianita, la abuela de Emma.
—Momo, la cena ya está lista, ¿bajamos? —Yo asentí sin ser capaz de decir nada. En la pequeña cocina Emma estaba terminando de poner unos platos con sopa, pero el espanto de la visión que acababa de tener me impidió probar bocado.
Después de cenar Emma me llevó a mi cuarto, en donde me encerré, temeroso de no sé muy bien qué. Me metí en la cama sin quitarme la ropa, aunque no fui capaz de pegar ojo en toda la noche. En cuanto amaneció me puse en pie y miré el horario que el conductor me había dado la tarde antes, el primer autobús pasaba a las diez.
Todavía quedaban unas horas paras las diez, por lo que salí de mi habitación y esperé en el salón cerca de dos horas a Baba y Emma que, sin embargo, no aparecieron, por lo que garabateé una nota de despedida que dejé sobre la mesa antes de salir.
A pesar de que ya era de día, tampoco vi a nadie por las calles del pueblo, lo que me extrañó más que por la noche. Esperé al autobús en el mismo lugar en el que me había dejado la noche anterior y, al hacerlo, el conductor me miró extrañado, hacía mucho que nadie se montaba en aquella parada.
—¿No conoces la leyenda del pueblo? —me preguntó mientras pagaba mi billete. Yo respondí que no y el autobusero, que parecía tener ganas de hablar, me contó la leyenda que se contaba sobre el pueblo.
Fue así como me enteré de que en aquel lugar, siglos atrás, una bruja había lanzado una maldición según la cual, al morir, no podrían abandonar el pueblo, sino que se quedarían allí, viviendo para siempre, mostrándose solo en las noches de luna llena.

—Claro, que solo es una leyenda —dijo el autobusero al concluir su narración. Yo me reí nervioso y dije que sí, que solo era una leyenda, pero nunca he podido olvidar aquella calavera sin ojos que parecía mirarme fijamente.

domingo, 24 de enero de 2016

SOBRE MI II: ¿CÓMO ESCRIBO?

La semana pasada os hablé de los orígenes de mi afición a la escritura, y como os prometí, aquí lo continúo.

Hoy os quiero hablar de cómo y dónde escribo.

Cuando comencé a escribir lo hacía a mano. Tengo una carpeta llena de papeles que lo demuestra, lo que pasa es que con el paso del tiempo comencé a usar el ordenador, y ahora no puedo vivir sin él.
Es cierto que todavía uso el papel en algunas ocasiones, pero no suelen ser más que unas líneas o ideas sueltas, pero más que nada porque a mano escribo demasiado lento y se me suelen olvidar las cosas.

Si os soy sincera, he de decir que el ordenador comencé a usarlo sobre todo cuando comencé la Universidad, porque me lo llevaba siempre conmigo, y en clase era mucho más fácil abrir un documento de Word  que sacar un folio en blanco, porque sí, después de mi casa, el segundo sitio más productivo para mí es la Facultad, sobre todo en esas clases aburridas en las que solo piensas en lo mucho que queda para que sean las dos.
Muchas veces he pensado regresar al papel, pero nunca lo hago, y no será por falta de hojas (tengo miles de libretas que esperan ser rellenadas con algo).
Y hasta aquí la segunda entrada en el blog sobre mí, espero que os haya gustado y la semana que viene más.


Feliz semana,

MK!


sábado, 16 de enero de 2016

Sobre mí: I, ¿por qué escribo lo que escribo?

Hoy no os traigo una nueva historia, si no una especie de reflexión.
Muchas veces veo en los blogs que los escritores hablan de cómo y dónde escriben, qué usan, dónde se inspiran y todas esas cosas, así que he decidido que yo también quiero hacerlo.
Creo que esto me dará para varias entradas, así que en la de hoy solo os voy a hablar de porqué escribo lo que escribo.

Lo de escribir me viene desde pequeña. Siempre he tenido mucha imaginación (lo que a veces puede traer problemas) y necesitaba una forma de sacar de mi interior todo aquello que imaginaba, porque si no acabaría volviéndome loca (lo que no quiere decir que no lo esté). Al principio probé con la poesía, que no se me daba del todo mal para ser una niña, pero cuando comencé a crecer...bueno, digamos que mejor que queme mis poemas, por lo que me pasé al cuento.

Escribir cuentos para mí era fácil, pasaba muchas horas sola y para no aburrirme leía los mismos cuentos una y otra vez, hasta que me los aprendía de memoria, por lo que me dedicaba a contarme cuentos a mí misma (triste, pero cierto).

Después de los cuentos, descubrí que lo que más me gustaba eran las historias de terror, de sucesos paranormales (lo reconozco, soy una gran fan de cuarto milenio), así que empecé a practicar con estas historias, que son las que suelo subir al blog porque son las que más me gustan, no sé por qué.

En cuanto a las historias largas o novelas...he de decir que no ha sido hasta hace dos años que me he puesto con ellas. Durante toda mi vida he empezado muchas, pero me aburría con las primeras páginas, hasta que un cuento de esos cortos que tanto me gusta me empezó a pedir más y más, y así logré completar mi primera novela. Ahora ando en busca de inspiración para la segunda, aunque no dudo de que llegará cuando menos me lo imagine.

Espero que estas breves líneas os hayan ayudado a conocerme un poco mejor.
La semana que viene continuaré con ello.
Un beso
MK!

jueves, 7 de enero de 2016

GATO NEGRO

GATO NEGRO
Desde siempre los gatos negros son símbolo de mala suerte, si ves uno, santíguate.
Un gato es salvaje. Nunca hace caso, pero tiene un radar, un sexto sentido que les hace saber lo que va pasar. Los gatos (ma)ullan a la luna y duermen al sol.
Esta es la historia de un gato, de un gato, el gato de la muerte.
Nadie sabe quién es, nunca nadie le puso un nombre y nunca le dieron de comer, pero como todos los gatos, es un animal muy listo y logró sobrevivir.
Muchas veces intentaron echarlo, pero él siempre volvía, era como un pequeño demonio que auguraba la muerte.
Era un heraldo mortal si por la noche oías maullar al gato bajo tu ventana, ibas a morir, porque una de sus características era que solo podían oír su maullido los elegidos.
Alguna vez trataron de matarlo, pero nunca lo lograron; tampoco sabían dónde se escondía. Cada vez que alguien intentaba acabar con su vida, esa persona moría en extrañas circunstancias.
Un buen día, el gato desapareció. Nadie supo cuándo se fue, ni porqué, pero a nadie le importó.

MK!

viernes, 1 de enero de 2016

Casualidades de la vida


CASUALIDADES DE LA VIDA

La luna brillaba en el cielo. De un callejón oscuro salían risas ahogadas y gemidos apagados; una farola iluminaba pobremente el callejón, por lo que no se podían distinguir los rasgos de las personas que estaban en aquel lugar.
Al cabo de un rato se dejaron de oír las voces y las dos personas salieron del callejón y comenzaron a andar por las calles desiertas amparados por las sombras. La niebla envolvía  toda la ciudad y humedecía el pelo y el rostro de las dos personas, que parecían ajenas a todo aquello, hablando en susurros y parando de vez en cuando para enredarse uno en los brazos del otro.
Poco antes de que comenzase a amanecer, llegaron ante un portal de aspecto roñoso. La chica rebuscó algo en su bolso, para después sacar las llaves que abrían la puerta. Los dos entraron en el interior de edificio, en el que hacía demasiado calor, por lo que enseguida las mejillas de la chica enrojecieron. Él la tomó por la cintura y la besó apasionadamente, ella dejó caer el bolso y entrelazó los brazos tras su cuello. Cuando el beso terminó, ella recogió el bolso y, tomándolo de la mano, subieron las escaleras hasta el primer piso.
La casa de la chica no era demasiado grande, pero tampoco estaba demasiado bien cuidada. Ella pulsó un interruptor y una solitaria bombilla iluminó un pequeño pasillo abarrotado de cosas.
Los dos fueron hacia la habitación, y cuando él cerró la puerta, ella comenzó a desvestirse. Al girarse y verla sin ropa, los ojos del chico comenzaron a brillar y se abalanzó sobre ella, rondando juntos por la cama.

Cuando el chico salió del piso, el sol ya estaba alto, pero ella no salió a despedirlo, sino que se quedó en la cama, envuelta entre las sábanas, desnuda y con la mirada perdida. Fue el sonido del timbre lo que le sacó de sus pensamientos. Ella se puso en pie, tomó una bata que había a los pies de la cama y fue a abrir. Ante ella se encontraba un chico con el gesto serio y los ojos clavados en sus pies. Al verlo, suspiró.
—Oye, no sé quién te ha dado mi dirección, pero no puedes presentarte aquí sin más…—comenzó a decir ella arrastrando las palabras. El chico frunció el ceño y le tendió algo negro —¿Qué es esto?
—Pues parece tu cartera — respondió él secamente. Al tomarlo entre sus manos pudo ver que sí que era su cartera, por lo que se apresuró a abrirla y ver si estaba todo. Por suerte, no le habían quitado ninguna tarjeta…ni el dinero.

—¿Esta todo? — Preguntó el chico. Ella asintió — Me alegro. Pero para otra vez ten más cuidado con tus cosas, no todos se tomarían la molestia de venir hasta aquí a devolvértela — dijo él a modo de despedida. Ya se había girado, dispuesto a bajar las escaleras, cuando ella lo detuvo.
—Perdona, ¿dónde la has encontrado?
—¿Mmm? En el Wanted, trabajo allí —respondió él.
—¡Oh! Muchas gracias por haberla traído, la próxima vez tendré más cuidado — después de esta breve charla, él bajó las escaleras y ella regresó al interior de su apartamento.
La chica dejó la cartera sobre una mesita y fue a darse una ducha. Le dolía la cabeza y estaba cansada, pero no podía dormir, por lo que después de la ducha se preparó una taza de café y encendió un cigarrillo. Mientras fumaba, comenzó a pensar en el chico que le había llevado la cartera. No se parecía en nada a las personas que solían trabajar en el Wanted por la noche, no es que no fuese atractivo, pero había algo en su expresión que no terminaba de encajar con aquel ambiente, por lo que debía trabajar en los turnos de mañana.

Dos días después, el sonido del timbre volvió a sacarla de su ensoñación, aunque esta vez sí esperaba a la persona que estaba al otro lado de la puerta.
—Vamos, pasa — dijo ella mientras miraba preocupada a su alrededor. El hombre entró y fue hasta el salón, en donde se quedó de pie.
—¿Tienes mi dinero? —Preguntó él. Ella asintió  y se dirigió a un pequeño mueble que había bajo la tele, sacó un fajo de billetes y se lo tendió al hombre, que lo contó para ver si estaba todo. Después de comprobarlo, sacó un paquete de polvo blanco de un bolsillo interno de su chaqueta y lo tiró sobre la mesa. Después de que el hombre se fuese, ella cogió el paquete y lo metió en el mismo lugar del que había sacado el dinero.
Después de guardar la droga, se dejó caer sobre el sofá y cerró los ojos. Estaba cansada de aquella vida que ella misma había elegido, pero no se sentía con fuerzas como para intentar cambiarla.
Aquel piso a veces se le quedaba pequeño y se sentía prisionera en su propia casa, a la que no podía llamar hogar, por lo que al final decidió salir a dar un paseo, el aire fresco le haría pensar de otra manera.
A pesar de estar a mediados de diciembre, la temperatura era cálida y el sol brillaba con fuerza, por lo que pasear por la ciudad era algo agradable. Cuando quiso darse cuenta de lo que estaba haciendo, se encontró en la puerta del Wanted, en donde se decidió a entrar.
Por las mañanas aquel lugar era una cafetería de bastante renombre que servía unos exquisitos cafés, mientras que por la noche se convertía en al discoteca de moda de toda la ciudad.
La chica fue a sentarse en una mensa alejada de la puerta y comenzó a leer la carta hasta que una voz le hizo apartar el café de sus pensamientos.
—Buenos días, ¿qué desea? — Ella alzó la vista y se encontró de frente con el chico que días atrás le había llevado la cartera, aunque él no pareció reconocerla.
—Un café solo, por favor. Con sacarina — pidió ella. Mientras él iba por la bebida, ella sacó un billete y garabateó algo con un boli. Cuando el chico le llevó el café, ella pagó y salió de la cafetería.

Durante una semana ella esperó una llamada que nunca llegó. Al principio no supo cómo reaccionar, nunca ningún chico había ignorado sus provocaciones, por lo que al final tomó la decisión de volver y hablar con él.
Caminó con paso firme y seguro hasta el Wanted en donde, por suerte, el chico estaba trabajando. Antes de entrar sacó un espejo del su bolso y se retocó el maquillaje, luego tomó aire y entró, aquello no era tan difícil, había hablado con chicos millones de veces.
—¿Otra vez tú? — Preguntó él cuando la vio como si hubiese estado viendo a la chica todos los días. Ella abrió mucho los ojos y fue a responder, pero entonces alguien le llamó y él se tuvo que ir. —Ahora te atienden — dijo.
—No, quiero hablar contigo — respondió ella antes de que él no pudiese oírla. El chico hizo una mueca y se encogió de hombros.
—Pues entonces espera aquí — le dijo. Ella esperó durante más de diez minutos a qué el regresase —¿Qué es lo que quieres?
—¿Se puede saber por qué no me has llamado? — Preguntó indignada. Él parpadeó confuso.
—¿Y cómo iba a hacerlo?
—Mirando el billete en el que te apunté mi número…—respondió ella como si fuera lo más obvio.
—Ah, ¿hiciste eso? Pues no me di cuenta — respondió él encogiéndose de hombros. Ella se golpeó la frente con la palma de la mano, pero enseguida recuperó la compostura.
—Bueno, iré directa al grano, ¿te apetece quedar conmigo?
—Vaya, no sé cómo responder a eso — dijo él con cierto interés.
—Pues muy fácil, o sí o no. —El chico pareció dudar un poco, pero al final encontró la respuesta.
—Vale, salgo a las ocho — dijo.
—Perfecto. A las ocho te espero en la puerta. Por cierto, me llamo Alice — dijo ella tendiéndole una mano.
—Lo sé. Yo soy Marcus.
Después de las presentaciones, ella salió de la cafetería y, mientras espera a que un semáforo se pusiese en verde, se dio cuenta de que su corazón latía demasiado deprisa.

A las ocho en punto, después de rechazar varias citas, estaba en la puerta del Wanted, y a las ocho y cinco Marcus salía vestido con unos vaqueros y una cazadora de cuero. Alice lo miró de arriba abajo pensando que aquella ropa le sentaba mucho mejor que el uniforme.
—¿Y a dónde quieres ir? — preguntó él. Ella se encogió de hombros y entrecerró los ojos, después comenzó a caminar sin rumbo fijo.
Las calles estaban llenas, no solo porque fuera sábado, sino porque la temperatura y la cercanía de las Navidades invitaban a pasear. Caminando al lado de Marcus, Alice fue capaz de sentirse normal por primera vez en mucho tiempo.
En aquel paseo Alice logró averiguar que Marcus tenía diecinueve años y que vivía con su padre y su abuelo. También se enteró de que además de su trabajo en el Wanted daba clases de artes marciales en un gimnasio durante la semana.
El problema vino cuando él quiso saber cosas sobre ella.
—Yo…vivo sola. No me llevo demasiado bien con mi familia y me gano la vida haciendo un poco de todo, ya sabes — respondió ella quitándole importancia — Oye, ¿qué te parece si vamos a cenar?
Él aceptó sin darse cuenta de los intentos de la chica por cambiar de tema y fueron a buscar un restaurante, pero todos estaban llenos, por lo que al final decidieron pedirlo para llevar, y los dos se sentaron en medio de la calle.
Cuando acabaron de cenar Marcus insistió en acompañarla a casa, y antes de despedirse ella le pidió el teléfono.

Cuando Marcus llegó a su casa, su padre y su abuelo ya habían cenado y lo estaban esperando sentados en el sofá y hablando en voz baja. Al oír la puerta abrirse su padre se puso en pie y lo llamó.
—Marcus, ¿se puede saber  dónde has estado? — Preguntó él con voz seria. Marcus normalmente seguía la mima rutina, y si había cambios en sus planes no dudaba en avisar a su familia.
—¿Eh? ¡Ah! Lo siento, después del trabajo he quedado con una amiga y se me ha olvidado avisar, después hemos ido a cenar y se me ha hecho tarde — dijo él dirigiéndose al baño. Su padre iba a decir algo, pero el chico no le dio tiempo a abrir la boca.
Cuando salió de la ducha su teléfono estaba brillando, al mirar las notificaciones vio que tenía un mensaje de Alice: Muchas gracias por lo de hoy. Espero que nos volvamos a ver J

Unos meses después…

Alice estaba sola en su casa, desnuda en la bañera y agarrándose las rodillas. Su largo pelo rubio caía por su cuerpo y las lágrimas rodaban por sus mejillas cuando la puerta del baño se abrió violentamente.
—Alice, ¿Qué ha pasado? — Preguntó él  mientras se sentaba en el borde de la bañera y apagaba el agua, que había comenzado a salir fría. Alice no respondió. Él le tendió los brazos y le ayudó a salir de la bañera envolviéndola en una toalla. Después fueron al salón y ella se acurrucó junto a él, que no dejaba de acariciarle el pelo. —¿Vas a contarme lo que ha pasado? — Preguntó él cuando la chica pareció calmarse.
—No te he contado toda la verdad sobre mí — dijo al fin ella con un hilo de voz. Después de esta sentenciosa frase, la chica comenzó a contarle a Marcus todo lo que le había estado ocultando durante aquellos meses. Le habló de las drogas, de las noches de borrachera en las que acababa en casa de algún desconocido, también le habló de la violencia y de todas las veces en las que se había visto obligada a hacer cosas desagradables para poder pagar sus deudas. Mientras hablaba, Marcus se iba poniendo más y más tenso, en  cambio ella se volvía más y más pequeña acurrucada en el sofá.
—Durante estos meses lo he intentado dejar muchas veces, pero no ha sido hasta hoy que me he atrevido a hablar con Harold, mi jefe…y al hacerlo se ha puesto violento y me ha golpeado — dijo ella en un susurro llevándose la mano a la mejilla, en donde estaba empezando a salirle un horrible moraton. — Lo siento, Marcus, no sé cómo salir de esto y tú no te mereces tener que aguantarlo.
Marcus se puso en pie y comenzó a pasear por el salón tratando de poner orden en aquel caos. Al cabo de un rato él habló, y en su tono pudo ver que estaba realmente ofendido.
—¿Por qué no me lo has contado antes?
—Al principio no pensé que esto fuese a durar tanto y no creí necesario contártelo, pero según avanzábamos…tuve miedo de que si te contaba toda la verdad me abandonases, y no podía permitirlo. Tú eres la primera persona que no me ha utilizado y que me ha tratado bien. Lo siento — dijo ella avergonzada. Marcus frunció el ceño y se detuvo en medio del salón con las piernas abiertas y los brazos en jarras.
—Si lo que quieres es cambiar de vida, lo primero que tienes que hacer es salir de aquí — dijo señalando a su alrededor. Ella, confusa, asintió. —Si no tienes donde quedarte, pues venir a mi casa hasta que encontremos una solución.

Aunque al principio el plan de Marcus no le convencía demasiado, al final ella se dejó convencer e hizo las maletas dispuesta a dejar atrás toda aquella vida. Antes de cerrar la puerta miró al interior del pequeño apartamento por última vez y sonrió pensando que no tendría que volver a ver aquel papel pintado tan horrible nunca más.

MK!!

Feliz Año Nuevo a todos ^^